"Por fin: aquí estan los prolegomenos de la gran obra, la aurora boreal del ciclo, el lienzo secreto del fresco, el solar en el que se construyó la catedral de siete pilares, el prefacio del propio Marcel, la búsqueda de En busca del tiempo perdido. ... Proust ha vuelto, único y visionario como siempre" (Garon, LObs). Asi han saludado unanimemente los expertos y la crítica el hallazgo de este tesoro literario: un manuscrito mítico que ve la luz tras el fallecimiento de su propietario, Bernard de Fallois. Escritos entre 1907 y 1908, con estos episodios emblemáticos y fundacionales de su obra maestra se penetra por arte de magia en la memoria proustiana como si se tratara de una primigenia autobiografía en la que los personajes y los lugares surgen en toda su desnudez y conservando sus nombres auténticos la abuela Adele, la madre Jeanne y un joven Marcel estremecedoramente "humano, amoroso, atento con su familia, fiel y generoso" (A. Compagnon, Le Figaro Litteraire).