No fueron pocos quienes creyeron que Sherlock Holmes se trataba de un personaje real, y las cartas que llegaban a la redacción del Strand, donde publicaban sus aventuras, se podían contar por miles. Atormentado con su creación y en pugna por convertirse en un serio novelista histórico, Conan Doyle decidió liquidar a Holmes, quien encontró la muerte al caer por unas cataratas. Ocho años después de haber despeñado a Holmes, Doyle se hallaba reponiéndose de unas fiebres al este de Inglaterra. Allí coincidió con el joven periodista Bertram Fletcher Robinson. Él le contó la leyenda del sabueso de los Baskerville, un fantasmal perro asesino de las landas. Pronto ambos desarrollaron un argumento misterioso... Sólo hacía falta un protagonista. Y ese sería, de nuevo, Sherlock Holmes.