En una dulce tarde de verano de 1862, tres niñas, un profesor de matemáticas y un clérigo pasean por el Támesis, navegando en una pequeña barca. Todo es propicio para el sosiego y la contemplación del paisaje; las niñas, un poco aburridas, piden al profesor que les cuente algo, que les invente una historia... Este es el origen de esta historia, la cual más tarde fue escrita y elaborada con detenimiento, pero nunca perdió su frescura original. La propuesta de Carroll llega a ser tan amplia que deja todas las puertas y las ventanas del pensamiento abiertas a la paradoja, como una interpretación creativa y lúdica de la realidad, que es la que practican los niños. Ellos piensan con todo su ser y no solamente con el cerebro, lo que les permite establecer una relación sensible con las cosas del mundo y hacer de cada experiencia una fuente de asombro y maravilla.