Una puerta diminuta y una posición para pasar por ella, un consejo con reloj de bolsillo y levita que siempre va tarde, perseguido por su enfermiza y frenética obsesión por el tiempo (lo de que hable y chille con una voz aguda y sin cesar es lo de menos, supongo), un ejército de naipes, y una desquiciada pero deliciosa Reina Roja son el plato fuerte del fantasioso espacio de este hombre de ciencia. Hay muchas teorías de que Lewis Carroll tuvo un paso por los estupefacientes (basta hojear este libro para suponer que algo hay de cierto en ellos), pero su pluma es tan alucinante que poco importa. Es un privilegio y un deleite leerlo, imaginarlo, recrearlo, en cada uno de los escenarios de su universo paralelo, así que gócelo. Gócelo sin juzgarlo.