Mendoza es una provincia que está a 1,100 kilómetros de Buenos Aires. Tierra de sol, de uvas, de vinos, de siestas, de temblores. Allí nació Quino. Allí creció y vivió hasta los veintidós años. Cierto día de 1967 Quino volvió de paseo a sus aires natales. Entonces lo entrevisté. Antes de eso y después hice centenares de entrevistas. Ni antes ni después encontré a nadie más tímido. Jamás. Aquella primera conversación de 1967 fue un renovado caer en pozos de aire, en pausas abismales. Menos mal que, compartiendo la mesa, estaba Alicia, la mujer de Quino, y una y otra vez nos arrojaba la cuerda para sacarnos de aquellos pozos. Para conseguir cada respuesta de Quino tenía que herniarme. Con un mudo hubiera sido más fácil. Fue por eso que en algún momento, viendo que mi pregunta no tenía contestación con sonido de palabras, le propuse al sufriente Quino que me dibujara la respuesta. La pregunta fue: ¿Qué le espera a la humanidad? ¿Dónde va a parar el mundo de los hombres? Con su dibujo, Quino sí respondió instantáneamente. Dibujó un hombrecito, ciudadano de lentes, que pateaba un balón. En realidad, visto en detalle, el balón de fútbol era un globo. Terráqueo. Nada menos. Así era y así opinaba Quino, allá por 1967, cuando su relación con Mafalda tenía unos cuatro años de edad. Desde entonces, para el planeta, para Quino y para todos han pasado dos décadas. Para el país de Quino, dentro de ese lapso, hubo siete años de pesadilla más interminables que un siglo. Esa pesadilla tan abrumadoramente real lo obligó a vivir fuera de la Argentina. Hoy la pesadilla ha quedado atrás. Quino me abre la puerta de su departamento porteño. Para la conversación, Quino se pone a mi izquierda y no detrás de su mesa de dibujo. Raro que no trate de protegerse siendo tímido como es. Primer síntoma de cambio. Muy delgado, leve, me mira con cierto pavor. En eso sigue igual. Me lo figuro como alguien que ha aceptado someterse en una larga intervención quirúrgica. Francamente no sé qué hacer para amortiguar mi presencia desasosegante. Mientras Quino arrima su silla, pienso: Es cierto que las personas se parecen físicamente a lo que hacen, a lo que son: Quino no es en verdad ni un atleta, ni un boxeador y, más aun, no podría ser un fascista, por el peso de su tenue organismo. Mejor así. De los otros, siempre hay demasiados.