Bonnefoy parte aquí de un relato legendario: Zeuxis, famoso pintor griego del siglo V a.C., en una ocasión pintó unas uvas tan perfectas que los pájaros llegaron a picotear la tela. Los poemas transmiten una contemplación que toca de manera directa y también tangencial la interacción constante entre arte y realidad: ¿qué entendemos por realidad? ¿Es el fenómeno, las cosas mismas, o es aquella esencia imperecedera que está detrás, y de la cual el fenómeno es sólo una réplica? ¿El arte debe ser sólo una imitación de la naturaleza o ha de surgir, más bien, imitando sus múltiples procesos de creación? En el texto "La invención de la pintura" y en "Más sobre la invención del dibujo" (poema inédito aun en francés, que Yves Bonnefoy ha dado exclusivamente para esta edición), la hija del alfarero de Corinto inventa el dibujo al querer trazar sobre el muro el contorno del cuerpo de su amante, proyectado por una lámpara. A partir de esta creación imaginaria, Bonnefoy alude a los antiguos vasos griegos de figuras negras, en los que las figuras tenían aspecto de sombras. En la última parte del libro parecería darse una descomposición gradual de la acabada perfección del cuadro legendario de las uvas de Zeuxis. Los intentos del pintor se frustran; los pájaros, criaturas rapaces, llegan a su tela no sólo para picotear la pintura sino para robarle incluso las ideas. El "Autorretrato de Zeuxis" ofrece una conclusión llena de sugerencias: "La tumba de Zeuxis se encuentra en el repliegue de dos montañas, del otro lado de la falla. [...] Sólo los pájaros que Zeuxis pintó a media altura del cantil pueden llegar a grandes aletazos hasta el lugar donde ahora reposa, y después volver hacia nosotros gritando en la estrecha galería donde nos rozan y nos dan pavor".