Cesare Annunziata podría definirse sin demasiados miramientos como un viejo y cínico “tocapelotas”. Con setenta y siete años, viudo desde hace cinco, y padre de dos hijos, Cesare ha decidido pasar de todo y de todos. Los pocos balances que hace de su vida están marcados por una feroz ironía, quizá por miedo a no poder seguir haciéndolos. Su existencia podría seguir su rumbo hasta su previsible y universal final entre vasos de vino con Marino, el viejecito neurótico de la segunda planta; las charlas no deseadas con Eleonora, la loca de los gatos del vecindario; y fogonazos de pasión carnal con Rossana, la enfermera madura que rodea sus ingresos con atenciones de pago a los viudos del barrio.