La globalización se conjuga preferentemente en inglés, y esto pone en peligro la riqueza y el cosmopolitismo de las ideas, que dependen de la diversidad de tradiciones y, por tanto, de la pluralidad de lenguas y de acentos. Esta premisa contundente marca el comienzo de una necesaria reflexión sobre el lugar privilegiado del inglés en el mundo y sobre el impacto de este hecho en las ciencias sociales. Cuando un antropólogo o un sociólogo latinoamericanos deciden escribir directamente en este idioma, con sus términos y sus categorías de análisis, hay algo que se pierde: experiencias, connotaciones o metáforas que desaparecen o se atenúan cuando se formulan en una lengua que no es la propia. ¿Tiene el inglés propiedades intrínsecas que lo hagan superior? Hace tiempo que los lingüistas mostraron que esta concepción sustancialista carece de asidero. Hay que rechazar también, por obvios y limitados, los enfoques que apelan a la noción de imperialismo cultural para explicar esta situación de hegemonía. Renato Ortiz, en cambio, decide interpelar las lógicas y las prácticas del campo académico. Indagando las políticas de edición, traducción e indexación, busca comprender por qué publicar y ser citado en inglés se han convertido en valores cotizados, incluso en detrimento de las ideas. Así, con una prosa clara y rica en hipótesis, el autor llega a la cuestión de fondo: en un universo que se jacta de valorar la diversidad pero que tiende a establecer jerarquías muy evidentes, es imperioso analizar las condiciones de producción del conocimiento, para que éste no se empobrezca al aceptar la uniformidad de una lengua global.