Frente a la naturaleza imitativa de las otras artes, la música posee una dimensión expresiva, en tanto que presenta la voluntad misma a través del sentimiento. La música, ajena a la imitación del mundo como representación, es en sí misma un universo autónomo y sujeto a unas normas propias, que podría subsistir, en cierto modo, aun cuando el mundo no existiese.