llamadas sociedades de consumo los objetos ya no se producen, ante todo, para dar satisfacción a las necesidades primordiales del hombre, ni tampoco a esas necesidades secundarias, pero no menos reales, de la comodidad, el esparcimiento, el lujo estético. Estas tareas las puede cumplir con tal facilidad una moderna sociedad industrial superdesarrollada que su dinamismo se volvería superfluo si sólo tuviese como cometido la satisfacción de lo que el hombre real, natural y tradicionalmente, ha requerido para su existencia humana. Los más pulidos e impresionantes de los objetos que el sistema de producción crea no están destinados al consumo en la expresión "obsoleta" del término. No serán "devorados" ni "asimilados", pues ya no son satisfactores primarios, sino que se han convertido en signos de un juego freudiano en el que participan las más profundas motivaciones del hombre. Gracias a la colusión del individuo con el sistema, el hombre que se enajena en la producción se recupera a sí mismo en la adquisición; y en la tenencia renovada de objetos -cuya existencia es varias veces más breve que la suya propia- el hombre se siente sobrevivir ante la repetida mortalidad de los objetos-signos.