En pocos escritores como en el bostoniano a quien uno de sus mejores biógrafos llamó el poseso, los factores de tiempo y espacio que lo circundaron hicieron menos mella. Prisionero dentro de un recinto de pesares y penuria, no supo o no quiso respirar los aires de libertad y de progreso que oreaban el ambiente en que le correspondió vivir. Escasas y, por demás, peyorativas alusiones hacía en sus escritos al país que se enorgullece de haberlo tenido cono ciudadano –los Estados Unidos de América-. Prefería, en forma notoria, evocar la nación de donde venían sus antepasados –Inglaterra- y en la que vivió un lustro, de los seis a los once años de edad. O situar sus personajes en países que nunca conoció, o que de pronto inventaba.