A finales de otoño de 1796, un grupo de apaches escapa -en la venta de Plan del Río, cerca de Jalapa- de una collera de cautivos de guerra que eran deportados al Caribe insultar, y emprende la huida a través del altiplano, siguiendo un recorrido en armas hasta las inmediaciones de Michoacán. Era un grupo de fugitivos que se había convertido en un solo cuerpo, que se movía como una sombra inasible en busca de los senderos de regreso a ese imposible que era su lugar de origen. La muerte sería una forma de abandonar una realidad cargada de injusticia. Porque para ellos, una vez sometidos a cautiverio, el infierno estaría antes, ¿qué más daba entonces trasponer el umbral y acceder a una condición de libertad eterna?