Como otro de los remedios para toda mala fortuna, Me perderé contigo: en mí llevo a la ciudad y a sus habitantes. Este primer libro de relatos de Rafael Pérez Gay sostiene uno de los tonos más atractivos y ofrece varios de los momentos más entretenidos de la narrativa mexicana en los últimos años. Guirnalda con amores, peripecias del couch, episodios urbanos y otras celebraciones, Me perderé contigo es también una agradecible y lograda fisiología de la vida cotidiana: el orden precario que un foco fundido, una broma fallida, una rata en la azotehuela pueden devolver al caos; la cocina del departamento como una instancia obligada de la educación sentimental, el interior de un Volkswagen como la escuela en que se forjan los valientes; lo que discuten el jaibol y el corazón, lo que va de la rutina a las irrupciones fantásticas que la vuelven un producto único e inmejorable de la realidad, el minuto desquiciado que tarda un nirvana doméstico en volverse un submarino no menos doméstico y a punto de reventar por la presión. Tardes en que el teléfono, uno de los contados accesos al Absoluto, esta borracho o muerto; noches en que el laboratorio de la calle Bacardi da el diagnostico inapelable de que uno está herido de muerte por la hipocondría, o por algún otro padecimiento igualmente infeccioso y letal. Los relatos de Rafael Pérez Gay logran el difícil arte, plenamente moderno, de unir el patetismo con la comicidad, los afectos radicales y los desafectos aprendidos con la administración de la parodia. Los personajes, los ambientes, las tramas, el frasco que los despliega y los dirige, hacen de Me perderé contigo una certeza constante de ese equilibrio. Y sugieren algo más: después de todo, la dicha es un ignorado género literario, y en la vida no hay fatalidad sino ausencia de ironía.