Todo el que lea los cuentos de Etgar Keret sabrá que una de sus principales virtudes es la agudeza para burlarse y angustiarse ante el absurdo de lo cotidiano. Lo que es menos sabido es que, como alguna vez contó públicamente en nuestro país, el material para sus historias proviene de su vivencia cotidiana. En Los siete años de abundancia, el primer libro de crónicas escrito por Keret, podemos constatar la veracidad de su afirmación. Ya sea que llegue al hospital con su esposa para el nacimiento de su hijo y coincida con las víctimas de un ataque terrorista, o que finja su propia muerte para deshacerse de una tenaz operadora de telemarketing, su mirada sobre la realidad que vive contiene el mismo ingenio, mordacidad y capacidad de conmover a sus lectores con elementos en apariencia banales que sus libros de narrativa. Keret conserva intacta su capacidad para pronunciar aquellas verdades incómodas que todos piensan pero que nadie enuncia, como, por ejemplo, el alivio del israelí promedio ante la guerra con Líbano pues, en sus propias palabras: "Al fin y al cabo, no somos mejores que los demás resolviendo ambigüedades morales. Pero siempre hemos sabido cómo ganar una guerra".