Desde la primera vez que leí el Decamerón, en mi juventud, pensé que la situación inicial que presenta el libro, antes de que comiencen los cuentos, es esencialmente teatral: atrapados en una ciudad atacada por la peste de la que no pueden huir, un grupo de jóvenes se las arregla sin embargo para fugar hacia lo imaginario, recluyéndose en una quinta a contar cuentos. Enfrentados a una realidad intolerable, siete muchachas y tres varones consiguen escapar de ella mediante la fantasía, transportándose a un mundo hecho de historias que se cuentan unos a otros y que los llevan de esa lastimosa realidad a otra, de palabras y sueños, donde quedan inmunizados contra la pestilencia. Los cuentos de la peste es una pieza teatral inédita de Mario Vargas Llosa inspirada en el teatro de Boccaccio. El amor, el deseo, el poder de la imaginación y las relaciones entre las clases sociales son la clave de esta obra que recoge la esencia del espíritu del Decamerón: la lujuria y la sensualidad exacerbadas por la sensación de crisis, de abismo abierto, de fin del mundo. Una recreación magistral de un clásico de la literatura europea.