Indudablemente, los relatos de H. P. Lovecraft ocupan una zona singularísima en el género que gusta de lo macabro. Sus textos tienen el mérito de persistir retomándose en sucesivos relatos en la existencia de ciertos dioses, libros y poetas.
En La llamada de Cthulhu el narrador hereda de su tío abuelo, no sólo sus bienes materiales, sino un laberinto de papeles que lo llevará a la investigación más riesgosa de su vida y al conocimiento de un culto escalofriante. Su curiosidad es la que lo lleva a vislumbrar ese abismo, en cuya comprobación lo había precedido su tío.
En Herbert West: Reanimador, el narrador entra en contacto con un compañero universitario que tiene a la manera de Victor Frankenstein la voluntad de devolverle la vida a los muertos. Es testigo y respaldo del afán de su amigo, pero es presumible que, por no ser la mano ejecutora, llega a salvarse.
Los dos relatos nos advierten que hay terrores indecibles acechando a los hombres; en los dos casos la curiosidad es más poderosa que la cautela y la muerte persigue a los desobedientes.