Sandra comprendió que nunca más podría volver a confiar en nadie, cabalmente. Comprendió que quienes nos aman no sólo pueden mentirnos, sino que en efecto lo hacen; quizá lo hagan con la convicción moral de que la mentira es necesaria y quizá esto sea cierto, pero igual, mienten. Aunque nos miren directo a los ojos e insistan en que dicen la verdad.