A menudo adorada por su lucidez feminista y a veces repudiada por el esnobismo del grupo de Bloomsbury, Virginia Woolf transformó la delicada articulación de una psique siempre al borde de la locura en un proyecto literario que ocupa un lugar central en la novela experimental inglesa de entreguerras. Aterrada por los efectos de una locura que preveía inminente, la autora de La señora Dalloway se ahogó, con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras, en el río Ouse el 28 de marzo de 1941. Los relatos de este volumen contienen ejemplos de lo que Virginia Woolf llamaba “momentos de existencia”, en los que un personaje es plenamente consciente. En Kew Gardens, ambientada en el famoso jardín botánico de Londres, parece traducir verbalmente un cuadro impresionista. El movimiento de un caracol entre las flores, la forma y color de un pétalo, o las conversaciones fragmentarias de distintos paseantes, se funden en una estructura de cajas chinas que se proyecta desde el detalle minúsculo hasta los “murmullos” de la gran ciudad que los contiene todos.