En la poesía de Coral Bracho, la naturaleza entra en el lenguaje ?trémula paradoja? sin haber nunca salido de él: desdoblándolo y replegándolo, desatando dentro de la sonoridad de las palabras un movimiento incesante, esmaltando cada ángulo y cada vértice con brillos y humedades inéditos. Pero ¿cómo entender esta extrañeza de lo que en estos versos ocurre: la naturalidad enlazada orgánicamente con el más sublime artificio? Por medio de la operación poética, entendida como radical y armoniosa suma de imágenes, concierto insaciable de correspondencias: la naturalidad de la poesía de Bracho consiste en haber surgido como una voz viva, como un torrente suave y enérgico. De ahí también su portentosa originalidad; es decir, el aliento indeleble de su origen, cifrado en la inteligencia de las formas rítmicas del lenguaje articulado. Poesía es aquí suprema atención al mundo y a las palabras, simultáneamente; puesta en práctica de esas visiones trascendentales que, de un modo entrañable, se recogen sobre sí mismas para ofrecernos los testimonios de una exploración única de los fenómenos, milagro de la expresión. Pocas veces en el ámbito de la poesía hispánica, a lo largo de su despliegue moderno de cinco siglos, hemos asistido, como ante los poemas de Huellas de luz, a una inmersión tan absoluta en los poderes de impregnación y sugerencia de los vocabularios y la sintaxis.