Una reunión en Suiza entre amigos que realizan una apuesta, alentados por el poeta Lord Byron: escribir el mejor cuento de terror del que cada uno sea capaz. Ese fue el detonante para la creación de una de las más celebradas historias de ciencia ficción: Frankenstein o el moderno Prometeo. Su éxito reside, quizás, en que sus personajes son arquetipos de los aspectos más angustiantes e intrínsecos de la condición humana.
Ahí está esa innombrable criatura, arrojada a un mundo ininteligible y ajeno, cuya conflictiva relación con su creador es su condena. Ahí está también el doctor Frankenstein y su culposa potencia creativa. En pocas palabras: Frankenstein y su creación como el haz y el en vez de la experiencia humana. Muchas son las representaciones visuales que nos ha legado la novela desde el siglo XIX, a través de libros ilustrados y adaptaciones al cine, teatro y televisión.
En esta edición, Acamonchi añade un ingrediente personal, abordando la novela a partir de una estrategia que ha caracterizado su práxis artística desde hace tiempo: el reciclaje. A la manera de un doctor Frankenstein que genera vida a partir de fragmentos de cadáveres, el artista plástico retoma imágenes que integraron obras pasadas: paisajes naturales de árboles y nevadas, por ejemplo, se insertan en nuevas creaciones, interactuando con personajes dibujados a mano alzada.
La disección se extiende también a las letras, pues sus imágenes no se inspiran en capítulos enteros, sino tan sólo un par de líneas que han sido recortadas de aquí y allá. Las obras en su conjunto son, sin embargo, todo menos fragmentarias. Tienen la innegable unidad visual, fluidez y espontaneidad que son el sello del artista.
