Luego de avenarse su avión, un piloto se pierde en el Sahara, y mientras busca cómo arreglarlo debe dormir en el desierto. Un día lo despierta un pequeño príncipe, pidiéndole que le pinte un cordero. El principito no parecía estar muerto de cansancio, hambre, sed o miedo. No tenía en absoluto apariencia de un niño perdido en el desierto, y distante mil millas del lugar habitado más próximo. Cuando el principito por fin logró hablar de sí mismo, le contó al piloto que vivía en un pequeño planeta, el asteroide B612, donde había tres volcanes y una rosa. Sus días los pasaba cuidando de su planeta y quitando árboles baobabs que constantemente intentaban echar raíces allí. «De permitirles crecer, los árboles partirían su planeta en pedazos».