«Dios es joven. Es siempre nuevo».
Dando testimonio de un Dios que no solo es Padre —y Madre, como ya había advertido Juan Pablo I—, sino Hijo, y por ello Hermano, el mensaje de liberación del papa Francisco atraviesa el presente y diseña el futuro para renovar realmente nuestras sociedades. Con sus memorables palabras, el pontífice reivindica una centralidad para las jóvenes generaciones; las señala como protagonistas de la historia común, al sustraerlas de los márgenes a los que han sido relegadas durante demasiado tiempo: los grandes rechazados de nuestro tiempo inquieto son en realidad «de la misma pasta» que Dios, sus mejores características son también las suyas, y solo construyendo un puente entre ancianos y jóvenes será posible dar vida a esa revolución de la ternura de la que todos estamos tan necesitados.
En el diálogo valiente, íntimo y directo con Thomas Leoncini, Francisco se dirige no solo a los jóvenes de todo el mundo, de dentro y de fuera de la Iglesia, sino también a todos aquellos adultos que por diversas razones desempeñan un papel educativo y de guías en la familia, en las parroquias y en las diócesis, en la escuela, en el ámbito laboral, en el asociacionismo y en las instituciones más diversas. Sus reflexiones afrontan con fuerza, sabiduría y pasión los grandes temas de hoy —de los muy íntimos a aquellos más ligados a la esfera social y pública— mezclando recuerdos personales, anotaciones teológicas y reflexiones puntuales y proféticas, sin sustraerse a ninguno de los desafíos de la contemporaneidad.
Estas páginas huelen a futuro y esperanza, y, en las propias palabras del pontífice, el sínodo de los jóvenes de 2018 representa el marco ideal para acogerlos y valorarlos en lo más hondo.