El libro que tenemos entre las manos es justamente eso: un recordatorio de la valía de una vida humana que fue cruelmente truncada. Es la voz de una niña que nos trae a la memoria a seis millones de judíos. Es, por encima de todo, una invitación a no olvidar.
Dedicada al rescate histórico de la memoria Gabriela Sodi resulta una artista idónea para la ilustración de esta edición. Conoce bien la importancia de hacer presente el pasado y a ello dirige sus esfuerzos. Se entiende, entonces, que en sus obras prevalezca el deseo de dejar constancia del proceso histórico a través de la alusión a objetos reales: la esvástica y águila nazi, las fotos de la familia Frank y un largo etcétera.
A Sodi le pareció que la íigura de Ana Frank merecía ser abordada con precisión histórica y seriedad, sin adornos líricos que suavizaran su vida. Por eso nos confronta insistentemente con su rostro. Engalanado entre flores que simbolizan sus ideas románticas o entre manchas rojas que simbolizan la sangre derramada, el rostro de Ana Frank es un recordatorio de una presencia humana tangible: la de esa niña que tenía tan sólo trece años cuando empezó a escribir su diario, y dieciséis años cuando murió desamparada en un campo de concentración.