Un viaje no realizado aún por individuo alguno es el asunto tratado en De la Tierra a la Luna (1865). La palabra fantasía, entendida como aquello que es imposible que suceda, no define esta novela. Tanto el centro de la Tierra como la Luna son metas accesibles para el ser humano, y Verne se esfuerza en demostrarlo. No crea seres grotescos ni urde hazañas portentosas. Tampoco se desembaraza cómodamente de los obstáculos que la naturaleza opone a cada uno de sus pasos. Los contratiempos que sus héroes padecen y las soluciones que logran tienen un motivo y un fundamento que la ciencia puede avalar. Julio Verne no era, por supuesto, un hombre omnisciente, pero estaba al tanto de los progresos científicos de su tiempo y sabía asimilarlos y aplicarlos con extraordinario talento en sus historias; además combinarlos con su imaginación de escritor y sus dotes de psicólogo.