Cuando pasaba revista a sus soldados, cuando iba a un espectáculo o a un paseo no lo hacía con otro objetivo que el demostrar sus trajes nuevos. Como cada hora del día cambiaba de ropas, y así como se dice de un rey, "está en consejo", se decía de él: "El gran emperador está en su guardarropa". La capital era un pueblo alegre, gracias a la gran cantidad de extranjeros que pasaban por ahí. Sin embargo un día llegaron dos bribones que dijeron ser tejedores y declararon saber tejer la tela más magnífica del mundo. No sólo los colores y el dibujo eran extraordinariamente bellos sino que los vestidos confeccionados con esta tela poseían una cualidad maravillosa: se hacía invisibles para toda persona que supiera desempeñar bien su empleo o que tuviese muy escaso entendimiento.